42.195 metros, la erupción del volcán y el capricho de la reina

La distancia actual de la prueba de maratón tuvo un origen muy curioso.


Por Javier Revuelta – Corredor y médico

La erupción del Vesubio del año 79 sepultó las localidades de Pompeya y Herculano en el golfo de Nápoles. Lo hizo de manera, que tal como sembró la destrucción en aquel momento, ha permitido ahora a la arqueología recuperar sus restos en un excepcional estado de conservación.

Fue una nueva erupción, en el año 1906, la que provocó el traslado de sede desde Roma, que había sido la ciudad elegida para celebrar en 1908 la cuarta olimpiada de la era moderna, a Londres. El gobierno italiano se vio obligado por las circunstancias, a destinar a la reconstrucción los fondos que tenía previsto para los juegos olímpicos.

Un griego, Spiridon Louis, emulando al legendario Filípides, había ganado la maratón de la primera olimpiada, celebrada en Atenas en 1896. El segundo fue griego también. Eran los tiempos en que la mayoría de los participantes pertenecían al país organizador. Tras la de París en 1900, se celebró la olimpiada de 1904 en San Luis. En cuanto a la maratón, pasó a la historia como una escabechina. Con más de 30 grados de temperatura, por caminos polvorientos y un solo pozo de agua a lo largo del recorrido, el ganador lo hizo en un tiempo de 3 horas 28 minutos y 53 segundos, el peor de la historia (casi 30 minutos más que el de la segunda maratón olímpica más lenta).

Fueron las olimpiadas de la capital británica especiales en varios aspectos, quizá el más importante consistió en que las anteriores eran en realidad un acontecimiento secundario, que se celebraba paralelamente, y era eclipsado por el principal, la exposición universal (París 1900, San Luis 1904). Los juegos de Londres, los de mayor duración de la historia (más de seis meses) no fueron complemento de nada; tuvieron en sí mismos todo el protagonismo. El tradicional desfile olímpico también se celebró por vez primera vez en aquella ocasión.

Hasta la Maratón de Londres la distancia maratoniana no era fija, oscilaba siempre alrededor de 40 kilómetros. Los monarcas ingleses, en especial la reina, tuvieron interés en que la maratón saliera del palacio de Windsor y la meta estuviera situada en el estadio de White City, bajo su palco. La distancia entre esos dos puntos era exactamente cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros.

Un corredor italiano, Dorando Pietri, había hecho una carrera de menos a más. No obstante en algún momento, al final del recorrido, sufrió un desfallecimiento. Le costó subir la pendiente que daba acceso al estadio e intentó recorrerlo en sentido contrario, fue tambaleándose y cayendo en una penosa agonía hasta que cruzó la línea de meta con la ayuda de los jueces. Fue descalificado. Dicen las crónicas que algunos arguyeron como excusa que su ayuda no tuvo otro objeto que evitar el fallecimiento del atleta junto al palco de su graciosa majestad. Sir Arthur Conan Doyle -conocido literato y creador de Sherlock Holmes-, que estaba presente, relató el acontecimiento para la prensa.

Aquella distancia londinense fue elegida en 1921 por la IAAF como distancia oficial para la prueba de maratón.

Y así sucedió todo, tras la erupción de un volcán y el capricho de una reina.

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