Editorial: «Mariposas en el estómago»
El running tiene cada vez un mayor número de adeptos, pero parte de ellos no sienten la necesidad de participar en competencias. Algunos no se lo han planteado todavía, y otros lo han probado, pero por algún motivo no encontraron satisfactoria la experiencia. No a todos los corredores les gustan las carreras, y esto es algo totalmente respetable.
En lo personal me encanta correr, podría decir que correr es mi vida, me hace sentir que estoy vivo, pero no concibo el correr sin participar regularmente en competencias, intentando incluir de ser posible en la temporada algún maratón. Salir a correr sin ninguna pretensión es algo magnífico, pero se convierte todavía en algo más especial cuando forma parte de un plan, de un objetivo, siendo el eslabón de una cadena en la que en su final hay una carrera esperándonos.
Pocas situaciones hay en la vida que se puedan equiparar al estado de agitación que solemos sentir los corredores durante los días y horas previos a una competencia importante. No importa el número de carreras y maratones que uno haya podido ya completar, la experiencia por supuesto cuenta, pero cada prueba es diferente, cada competencia es única y hay que vivirla a toda su intensidad. Según pasan las horas y el momento de la carrera se aproxima, los nervios y la ansiedad se van apoderando de nosotros,… ese sentimiento de que algo importante va a suceder. Resulta curioso, por ejemplo, que algo tan sencillo en apariencia como colocar el número de carrera se nos pueda complicar tanto,… las manos se vuelven torpes,… los imperdibles se convierten en ingobernables,… y no encontramos la manera de que el número quede medianamente centrado.
Ya en la línea de salida durante los momentos previos, todas esas emociones y sentimientos anteriores se exacerban, especialmente si se trata de un maratón. Conforme van pasando los minutos y la cuenta regresiva se acerca poco a poco, los corredores vamos liberando toda la ansiedad acumulada por semanas y meses a través de una colección de actitudes y gestos, la mayoría de ellos adquiridos.
«Cada competencia es única y hay que vivirla a toda su intensidad»
Nuestra frecuencia cardiaca aumenta, y sentimos el corazón latir más rápido en el pecho como si quisiera salirse del mismo; la respiración igualmente se acelera, y respiramos profundo sintiendo como que el aire no fuera suficiente; aumenta la transpiración, nuestro rostro se humedece y empiezan a resbalar gotas de sudor por nuestro cuerpo; damos pequeños saltos sobre el suelo, moviendo los pies alternativamente, intentando mantener la musculatura a punto; chocamos las manos con otros competidores, miramos alternativamente a uno y otro lado, sin en realidad ver más allá de una marea de participantes que nos rodea; escuchamos de fondo la música, las arengas del speaker, los gritos de ánimo de los espectadores,… pero en realidad estamos solos en nuestro propio mundo. Sentimos como se dice, “mariposas en el estómago”.
Nos ponemos serios y al instante sonreímos,… aplaudimos,… resoplamos,… y tragamos saliva de nuevo; comprobamos por enésima vez que nuestro reloj está en la pantalla correcta para iniciar, y nos ajustamos también por enésima vez los lentes; nos sentimos como animales enjaulados, deseando ser liberados para completar cada uno de los kilómetros que tenemos por delante. ¡Cinco,… cuatro,… tres,… dos,… uno,… partida! La adrenalina se suelta de golpe, y nuestro cuerpo comienza por fin a moverse acompasadamente.
Los científicos dicen que las “mariposas en el estómago” existen, pero que no son más que una reacción del sistema nervioso informando al cerebro que al estómago está llegando una menor cantidad de flujo sanguíneo debido a una situación de ansiedad donde la respiración y la frecuencia cardiaca aumentaron súbitamente. Yo no soy científico pero puedo afirmar al 100 % que las “mariposas en el estómago” son reales, -porque es lo que he venido sintiendo desde hace muchos años cada vez que me coloco en la línea de partida de una prueba-, independientemente de la distancia o importancia que esta tenga.
Espero nunca dejar de sentir esas emociones en mi estómago, porque si eso sucediese, sería el triste anuncio de que ha llegado el momento de dar un paso al costado, y es entonces cuando me asaltarían las dudas de si realmente sigo vivo.