Editorial: «Running y COVID, la luz al final del túnel»

Running

Al amanecer del 17 de febrero de 2020 la comunidad runner mundial se sacudió con la noticia de que debido a la expansión del COVID-19, el Maratón de Tokio se celebraría exclusivamente para atletas profesionales, quedando excluidos cerca de 30,000 corredores recreativos que también iban a ser de la partida.

Desde esa fecha han pasado ya dos años, y durante este tiempo todos hemos aprendido a la fuerza a convivir con esta terrible pandemia. Al comienzo fueron tiempos muy duros de confinamiento en los domicilios, con excepción de pequeñas salidas controladas para la compra de víveres y otras tareas esenciales. Después se anunció algo más de apertura pero siempre con limitaciones de horarios y de realizar determinadas actividades, al tiempo que la mascarilla, la toma de temperatura, el gel alcoholado y el distanciamiento social, se convirtieron en algo cotidiano de nuestro día a día. El comienzo de la vacunación supuso un cambio drástico en la evolución de las cifras de pacientes en UCIS y de fallecimientos, al mismo tiempo que la población retomaba la esperanza de regresar de modo paulatino a la deseada antigua normalidad.

En el mundo del running, las consecuencias del COVID-19 no han sido diferentes al de la mayoría del resto de actividades, impactando de modo directo e indirecto a fabricantes de material, tiendas minoristas, organizadores de pruebas, suplidores de servicios, y por supuesto, a los corredores. Las principales empresas de zapatillas y material deportivo sufrieron la paralización de sus fábricas por meses al verse obligados a cerrar, para después enfrentarse a una producción reducida debido a la disminución de mano de obra y a la escasez de ciertas materias primas. Esa menor producción, unida a la falta de contenedores y de naves para el transporte marítimo, afectó a su vez a las cadenas y tiendas minoristas, que vieron como los pedidos de nueva mercancía procedentes de Asia se retrasaban afectando negativamente a sus inventarios, al tiempo que los costos de transporte se multiplicaban por tres o más veces.

«Los corredores estamos acostumbrados a ser resilientes»

También muchos organizadores vieron como sus pruebas programadas, en consonancia con lo mencionado de Tokio en el inicio de este editorial, tuvieron que ser suspendidas definitivamente en algunos casos, mientras que en otros se fueron aplazando por varios meses de manera reiterada ante la inesperada resistencia de la pandemia. Para las organizaciones más fuertes, esto obviamente supuso un perjuicio económico y de planificación, pero lo pudieron soportar. En cambio, para muchos promotores y operadores de tamaño pequeño y mediano, supuso su desaparición, no solo por las pérdidas directas que sufrieron al tener que cancelar sus eventos, sino también por tener que paralizar sus operaciones durante meses sin un flujo de caja con el que poder mantenerse.

Por supuesto, todas estas pérdidas económicas y materiales mencionadas, en nada se comparan con las pérdidas en vidas y las secuelas físicas y psicológicas que el COVID-19 ha dejado en muchas personas. Y es que después de dos años, casi todos a nuestro alrededor conocemos casos de familiares y amigos que lamentablemente perdieron la batalla contra el virus, o que hospitalizados, tuvieron que luchar titánicamente por semanas frente a un enemigo que al comienzo nos era totalmente desconocido.

Al día de hoy el virus del COVID-19 sigue estando presente, y se reactiva cada cierto tiempo mediante una nueva cepa cuyo nombre va tomando una letra del abecedario, pero las perspectivas a nivel global son esperanzadoras. De modo progresivo la sociedad va retomando sus actividades conforme a lo que solíamos estar acostumbrados, y paralelamente el mundo del running también se va normalizando en sus diferentes niveles, incluyendo el regreso con éxito de participación de las principales competencias a nivel mundial.

Nadie puede negar que los corredores nos caracterizamos por estar acostumbrados a ser resilientes y tener una gran capacidad de determinación. Eso está en nuestro ADN. Ahora que ya se comienza a ver la luz al final del túnel, agradezcamos la fortuna de poder estar vivos y de tener la oportunidad de despertar cada mañana pensando a dónde nos llevarán nuestras zancadas.

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